sábado, 10 de octubre de 2015

Elegía de Fauré - para cello y piano, op. 24

Este es, con diferencia, uno de mis conciertos favoritos. Os propongo este vídeo para que lo oigáis, es, con diferencia, la mejor interpretación que hay en Youtube de este tema

Es uno de los más sentidos que he visto, oído, y tocado jamás, y da paso a todo el arte interpretativo que un músico es capaz.

Dar rienda suelta a las emociones más profundas, y quedarse vacío por dentro: ira, odio, veneno, llanto, melancolía... Luto, en una palabra.

Es una obra que empieza muy chiquitito, es el sentir de una persona a la que acaban de notificar que su ser querido ha muerto, y el doloroso impacto que eso supone: los altibajos de la desesperación y el llanto desconsolado en un solitario rincón.

El primer movimiento va creciendo hacia la mitad del folio de forma que la tristeza da lugar a una ira melancólica, casi a una culpabilidad por las cosas que se quedaron por decirse, por hacerse.

En el 7º pentagrama, en el cambio de tiempo, el cello da paso al piano, que repite su triste melodía. Pasaje sin importancia que ha de tocarse con solemnidad y recato, casi como si dejásemos a otra persona dar el pésame mientras agachamos la cabeza. 

En el último pentagrama, en el último compás, establecemos un cambio nuevo de ritmo, que ha de interpretarse como si los demonios se llevasen nuestra alma, con ese llanto abandonado, iracundo, que nos hace romper todo lo que hay a nuestro alrededor, e irá creciendo y creciendo a lo largo de todo el movimiento.

Al final, a partir del 6º pentagrama, justo en el clímax de la rabia, también vemos el momento de darse cuenta de la inutilidad de esa rabia. Cómo el intérprete ha de abandonarse a la futilidad de la calma resignada y obligada que da el darse cuenta que esa persona se ha muerto, y que por mucho que nos enfademos no vamos a conseguir cambiarlo. 

El cambio de ritmo que se establece, aunque al final de la 7ª línea volvemos al Tempo II, pero el cambio es clave: damos lugar a esa melancolía resignada. No queremos aceptar que no podemos hacer nada, y esa frustración nos mata tanto o más que el hecho de la muerte de esa persona, como demuestra el crecendo y el crecendo-diminuendo del final de la 7ª línea, que habremos de repetir durante los siguieentes compás, hasta los tres últimos, donde nos apagamos en una calma soporífera, como la de una persona que quisiera dormir para poder descansar de su pena.

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